domingo, 5 de enero de 2014

Ningún escritor en la biblioteca

o, Borges y el simulacro de lo eterno ~

El ejercicio de la literatura es operar de acuerdo a leyes intuidas. Leyes que pretenden reproducir los intrincados mecanismos de lo absoluto. Así es la escritura de Borges una simulación literal y conceptual de lo inmortal, lo eterno, lo infinito. Lo que hace posible equiparar a  Borges a un científico, filósofo, antropólogo o a un juez es que aborda la literatura como una codificación del universo. Es un matemático. Arriesga una fórmula --una ecuación-- textual, a las que llama ensayos, poemas o cuentos,  que irá resolviendo ante los testigos –sus lectores— hasta  alcanzar la resolución o el veredicto de su hipótesis previa. ¿Cuál es la hipótesis previa? Quizá la misma con la que yo justifico escribir el presente ensayo: demostrar que la literatura de Borges es un simulacro del universo. Con La biblioteca de Babel, en particular, escribir el retrato de la contracción literaria del universo parece ser su móvil.

También la contracción del universo literario. Pero como diría el escritor argentino “Esta bala es antigua” ("In memoriam J.F.K", El hacedor). Es decir, y de acuerdo a la interpretación que aquí nos ocupa, el double entendre entre la causa de una y la consecuencia de otra. Porque: ¿qué fue primero, la invención del universo a partir de la concepción de la literatura, o la invención de la literatura a partir de la concepción del universo? Si lo que entendemos por universo está supeditado a cómo éste se explica a través de la palabra, es quizá porque lo que entendemos por universo nace a partir del ‘dibujo’ que hace de él la escritura. Pensar en la idea del infinito, por ejemplo: exige remitirse a explicaciones escritas, a un concepto que, aunque por naturaleza es inaccesible (además de provocar agorafobias espantosas), se traduce a códigos accesibles: palabras. La definición del mundo se expresa de varias formas. Una es la geográfica; la literal, en la que el espacio que ocupa Argentina es exactamente el espacio que en el globo terráqueo ocupa Argentina.[1] Otra es la expresión a escala: el mapa, que encoge de manera proporcional las dimensiones de lo que es en realidad lo físico, lo corpóreo, lo material del mundo. Otra es la expresión histórica; otra la filosófica. Borges define al mundo desde la expresión conceptual (inaccesible), y los conceptos los construye a partir de palabras (accesible).  Cito de Magias parciales del Quijote: 

¿Porqué nos inquieta que el mapa esté incluido en el mapa y las mil y una noches en el libro de Las Mil y Una Noches? ¿Porqué nos inquieta que don Quijote sea lector del Quijote, y Hamlet, espectador de Hamlet? Creo haber dado con la causa: tales inversiones sugieren que si los caracteres de una ficción pueden ser lectores o espectadores, nosotros, sus lectores o espectadores, podemos ser ficticios. En 1833, Carlyle observó que la historia universal es un infinito libro sagrado que todos los hombres escriben y leen y tratan de entender, y en el que también los escriben. 

Hay un retrato escrito del universo de la palabra que crea al universo.  Es el de “La Biblioteca de Babel”. En el prólogo de El hacedor, que lleva por encabezado “A Leopoldo Lugones”, Borges
dibuja una imagen que remite a una de sus analogías recurrentes entre el universo y la literatura: “Los rumores de la plaza quedan atrás y entro en la Biblioteca. De una manera casi física siento
la gravitación de los libros, el ámbito sereno de un orden, el tiempo disecado y conservado mágicamente. A izquierda y a derecha, absortos en su lúcido sueño, se perfilan los rostros momentáneos de los lectores…”. La figura del cosmos en ese orden al que se refiere, la gravitación de los libros como si se tratara de planetas, el tiempo detenido, por sí misma es explícita ésta cita que contiene el tipo de sustituciones –-metáforas— que hacen de sus líneas proyectar el poder de la palabra escrita a un nivel, literalmente, universal.

Aunque la breve (sin embargo contundente) reflexión que escribe Borges en “La flor de Coleridge” (Otras Inquisiciones) pertenece al género del ensayo, el tono no es muy distinto al de sus cuentos, establezco una conexión en particular al de “La Biblioteca de Babel”. La impresión es que de La flor… se concibe La Biblioteca…. Lanza en la primera línea de su ensayo la idea que Valéry escribió sobre la historia de la literatura, la cual podría contarse “sin mencionar un solo escritor”. Experimentemos momentáneamente y recorramos el cauce que frecuentaba Borges: imaginemos que la única Historia que existe es la Historia de la literatura (la religión, la filosofía, todo reducido, como él mismo ha sugerido, al género de la literatura fantástica), y este mundo únicamente lo habitan escritores y personajes. En este mundo una biblioteca, como “La Biblioteca de Babel”, es posible. Es causa y consecuencia. Cuando en “La flor de Coleridge” Borges menciona la novela inconclusa de Henry James, The Sense of the Past,  dice al referirse al regressus in infinitum que “La causa es posible al efecto, el motivo del viaje es la consecuencia del viaje”. La teoría matemática de los conjuntos (aquella que estudia las relaciones y las conexiones entre las partes o piezas que constituyen un todo) ayudaría a validar unas sustituciones de palabras para visualizar mejor la intersección entre ambos textos: La causa es posible al efecto, el motivo de La Biblioteca es la consecuencia de La Biblioteca.

En "La Biblioteca de Babel" no se menciona ni una sola vez el nombre de algún escritor. La sensación a lo largo del cuento de que estamos ante un recinto (el único recinto existente) que contiene todos los libros existentes, y que son escritores anónimos los responsables de estos libros, es el denominador común. El único nombre que aparece –aunque no precisamente en calidad de autor—es, tímidamente, el de Dios (y aparece entre paréntesis). Roland Barthes, en su ensayo “Death of the Author”, insinuaba la desaparición del autor, del nombre del escritor como “marca” de un producto: su obra, y por lo tanto nos recuerda al Valéry de Borges en "La flor de Coleridge". O a la reducción que hace el mismo Borges al final de su ensayo en una figura indivisible: “Durante muchos años, yo creí que la casi infinita literatura estaba en un hombre [2]. Ese hombre fue Carlyle, fue Johannes Becher, fue Whitman, fue Rafael Cansinos-Asséns, fue De Quincey.” Y esta es la intersección en que coinciden ambos textos: un solo escritor, una sola Biblioteca.

Desde la perspectiva del sueño, territorio que invariablemente visitan los cuentos de Borges, el mundo omniliterario es la fantasía de otros autores también. Me llamó la atención cruzarme recientemente con la novela de Umberto Eco, traducida al inglés como The Mysterious Flame of Queen Loana. Yambo, el paje de la reina sufre una pérdida repentina de la memoria, una amnesia que afecta su identidad, y lo único que puede recordar es la literatura que ha leído, cada verso de poesía y citas precisas.  Las referencias de su ser, digamos,  desaparecen, y se antoja creer que será a partir de los libros que podrá recorrer el mapa de lo que fue y ha sido. Inevitablemente recuerda a los principios de “La flor de Coleridge” y a “La Biblioteca de Babel”.

Es posible aproximarse a una interpretación de “La Biblioteca de Babel” como si fuera un organismo –interpretación que no dista de ser lo que procura por sí misma la hipótesis del cuento. La Biblioteca puede ser dos cosas: el paraíso (un jardín), o un cuerpo. El Paraíso por las referencias que recuerdan a las figuras de la Naturaleza: panales de abejas (“galerías hexagonales”), árboles frutales: “La luz procede de unas frutas esféricas que llevan el nombre de lámparas…” y continua con lo que parece una analogía a la iluminación o a la sabiduría, siempre limitadas a nuestra condición humana: “ la luz que emiten es insuficiente, incesante.”

A un cuerpo porque, como a la manera de un jardín, habla de “las letras orgánicas de un libro”. Un cuerpo histórico. Y también sabemos otras cosas que se nos revelan de la Biblioteca: su circunferencia es inaccesible, su atmósfera solitaria. En una de las notas al pie de página el narrador describe algunos datos significativos de su demografía (los “bibliotecarios”): el suicidio y las enfermedades pulmonares han desolado sus corredores y escaleras. Los libros son confusos, la mezcla de dialectos y lenguajes en ellos combinados es histriónica. No hay dos libros que sean iguales o que se repitan, y como si se tratara de combinaciones genéticas irrepetibles, todos constan de los mismos elementos: “el espacio, el punto, la coma, las 22 letras del alfabeto”, pero no hay dos libros que sean idénticos. En este sentido se basan dos axiomas, la Biblioteca es eterna y el número de sus símbolos ortográficos es veinticinco.

La Biblioteca es el mundo: “me preparo a morir a unas pocas leguas del hexágono en que nací: Se sospecha que Dios está materializado en un libro cíclico, pero esta es una revelación que sólo le es dada a los místicos. El universo, o este mundo, se refiere deliberadamente el narrador “sólo puede ser obra de un dios”.  La Biblioteca de Babel parece un anticipo del concepto que hoy entendemos por la red cibernética o Internet, un espacio  virtual de  multiplicaciones donde todo el conocimiento está categorizado y discurrido. El narrador llega al grado de hacer una petición, como si de una grave oración se tratara: “Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que un instante, en un ser, Tu enorme Biblioteca se justifique”.  Y en esta Biblioteca el sentido de los libros está trastocado. Hay libros “impenetrables”, y agrega, incisivo en cuanto a espacio se refiere, “unas millas a la derecha la lengua es dialectal y 90 pisos más arriba, es incomprensible”. Hasta en su cualidad infinita establece jerarquías.

En efecto, la Biblioteca es la estampa de un edificio, de un sistema espacial. En su nombre reside su explicación: igual que la Torre de Babel, la Biblioteca tiene una estructura vertical y geométricamente simétrica: “Desde cualquier hexágono, se ven los pisos inferiores y superiores, interminablemente”. 

En este juego de la Bibioteca “ilimitada y periódica” en que incurre el narrador, acudimos a una recurrencia borgeana, la misma que se explica –o que posibilita—que una hipótesis como la de “La flor de Coleridge” exista: es la imagen de la figura geométrica de Möbius, cinta que en un posible movimiento infinito muestra el anverso y el reverso de sus lados sin definir cuál es cuál. Sueño y vigilia, la literatura puede ser ambas, la literatura de Borges sobre todo, telescopio y microscopio, un contenedor de bibliotecas en sí misma, una colección de jardines lo mismo de flora exuberante que de flores marchitas. 

[1] “Magias parciales del Quijote”. Otras inquisiciones.
[2] El énfasis es mío.