miércoles, 10 de noviembre de 2010

Sasha Waltz, Gezeiten

Bitácora de danza
BAM Theatre, noviembre 6 del 2010

La progresión de eventos en la coreografía de Waltz parte de un jardín de las delicias de un ágora espiritual, iluminada y libre que súbitamente se enclaustra, oscurece y asfixia hasta desembocar en un infierno. Gezeiten, Marea, es el estudio de dos caras del movimiento: aquella que úne a un individuo con otro, que lo teje y desteje a espacios emocionales ajenos, que se traduce en empatía, solidaridad, compasión y afecto. La otra cara asoma su sentencia en la segunda mitad, montada en la cresta, siempre al mando, del movimiento que divide, corrompe y expulsa de la armonía inicial.

Sobre el gesto de locus amenus, en la pradera de cara apacible, concordia y cello de Bach gobiernan. Los cuerpos conviven consonantes, interactuando en armonía, interconectando extremidades, vasos comunicantes, incorporándose unos con otros en líneas limpias, perfectas, y curvas sensuales, como letras formando poemas. Gezeiten parte de una alusión a la indivisibilidad del cuerpo y su sombra, luego ésta ascendida al otro, a esa mitad vulnerable a escindir, si frágil, la conciencia. La circunstancias, de tan reales vulnerables, me recuerdan a Ortega y Gasset, cuyo pensamiento tenía como objetivo encontrar al Ser fundamental del mundo, al Todo. Binomio Waltz - Ortega y Gasset, musculoso y flexible. Un dúo de bailarines, cuerpo y sombra, ente e idea, en perfecto engranaje. El cóncavo conquista al convexo, y una serie de concecutivas cópulas mantiene sujeta la red de esencia-existencia, triste utopía. El Aristófanes de El banquete de Platón y sus seres esféricos. Pero todo par, hasta que no llega un tercero, aburre. El dúo alcanza a un solo para transformarse en tercio, y si ya solo se puede adivinar a qué torso conectan esos brazos y a qué arnés esas piernas, hay que aguardar a ver el revolijo extraordinario del cuarteto.

De pronto una explosión, nace la grieta. De ella, la segunda cara del movimiento asoma. Los pares, tercios y cuartetos se quiebran. La respiración, antes rítmica, sufre interrupciones. No necesita llave el miedo, entra. Los cuerpos se tensan, tratan de pactar estrategias defensivas, de supervivencia. El recuerdo de Bach se exilia. El Leviatán sin zapatillas, a botas puntiagudas con espuelas. Se conforma un círculo de poder, alguien cree dirigir sin mapa de salida. Cosecha express: violencia: un hombre hiere a otro. Se incendia el fondo izquierdo del escenario, lugar donde iniciaba la lectura. Se extinguen los pactos, los versos, los dúos. Obligados por el avance de la destrucción, los cuerpos que quedan se refugian en un búnker. Cercados, hacinados –sin espejos, sin sinápsis-- solos, desconectados. Se hace la oscuridad. En clave de muerte, el silencio y su arpegio incisivo rompen agresivos (peligro:inaudibles) en la costa. Sombra y cuerpo se re-únen, reaparecen estrenando identidad, grotesca, de gusanos.

El público tardó en volver, para aplaudir.