jueves, 24 de enero de 2008

Cuento: Tablas y butacas.

...innecesario y sin embargo hablaré en términos de lo que sucedió un día jueves de verano como una continuación de la historia comenzada por el antes famoso cineasta, ahora dramaturgo, pero por sobre todos los adjetivos neoyorquino Señor Allen a quien debemos para bien o para mal este pequeño cuento de hadas masoquista, y a pesar de masoquista leve por mutilado, transparente por inmemorable, en verdad esencial. Por consiguiente --como es todo lo que tuerce en inocente-- tumultuoso en conflictos, aunque a la vista estigmática o miope inaparentes. Lo que viene a ser para mí, un día después de conocerlo en las escaleras del teatro antes iglesia a las 18:30 horas de una tarde nublada es, acomodado sin prejuicios sin atavismos místicos sin cursilerías, lo que sería para cualquiera, para un insensible un incrédulo o ese ciego parcial: un ángel. No soy nada distinta al resto. Tuve derecho también; lo ví, al ángel y mis ojos son míos. De guayabera blanca almidonada, iba elegante. Coincidimos en detalles de elevado interés trascendental, se verá a continuación. El ángel resultó que tiene un hijo, yo tengo una hija. El suyo tiene un nombre alado, como la mía. A las 18:32 decidimos que se casarían un día. Todavía no le decía mi nombre, eso sucedería hasta las 23:32. En el arco del tiempo que se amplió hablábamos de Truffaut, de Godard, intercalándonos las fechas de cumpleaños. He estudiado en mi carta astral los detalles y ese día era el designado para que la primera entrevista sucediera, la locación era cortesía accidental en las escaleras del teatro antes iglesia en la calle Veinte de cierto barrio de corriente homosexual. A nosotros forasteros el aire nos cruzó por todos lados.

Era un ángel con cuerpo y boca. He hablado con mi psicoanalista de supersticiones y me lo deja claro: yo no soy un ángel. Alivio: no era yo. Le he dicho que no me acomoda lo contrario y me lo deja claro: tampoco soy un diablo. Puedo escoger sin embargo mis categorías de ascensión humana personales, con extremo cuidado y con una dedicación de santa para la selección, férreos criterios de discriminación activados, fe condicionada al vacío. Juego feroz a un vicio. Si se prescinde de azote en la clasificación para qué contratar Torturas, Inc.

Me acerqué. Lo toqué, guardaba las alas debajo; lo besé en los labios. ¿Me llamará algún día? Será esperar otra tarde de verano. Cuando lo desvestí no me lo pregunté. Mi angelolatría es inconsecuente con mis deseos tangibles de escribano. Arriesgo un fanatismo espontáneo que no me exige mayor obligación al culto que se limita al experimento sano.

Luego del beso hacía calor. Llovía, sin embargo. Nos mojábamos alegres. Él su guayabera blanca, pantalones oscuros y chanclas (no me importa). Yo un vestido azul, zapatos rojos, el pelo sujeto en un caracol. Dejamos atrás bambalinas y altares, caminamos. Para cuando doblamos la esquina de la Octava hacia la calle Veintitrés derramábamos agua por todos los ángulos. Él de su nariz cataratas, pues era su ángulo precipitado.Traía en la mano una empanada que se rebautizó Empapada.

Me enamoré de él. Debo pedir disculpas a los afectados, podrían alcanzar media docena. Retractarme a las promesas con terceros. Resolver dudas con cuartos. Porque me enamoré contundente, en un instante, al empalme de los ojos de ese desconocido. Que fuera ángel resultó ser de importancia secundaria, por mí que hubiera sido cualquier vecino; así son las cuotas de las consecuencias que una carnal consciente como yo paga. El plan originalmente discutido sobre compartir los nietos volcó encima un futuro amarrado entre él y yo, subimos la bastilla a tres lustros en el tiempo para vernos unidos en perpetua comunión. Broche de deseo primero y cuanto antes, adultos como somos. Se casan un ángel y una rama humana. Se abre el telón a nuestra espalda, caemos a escena tendidos en la cama.

Estoy bajo su influencia ahora, como una especie de socia activa de su club, asumiendo responsablemente cualquier cantidad de tristeza que el deber designe a ésta fiel entusiasta. Él patrocina mi superávit. Con él se pone en riesgo el salto intempestivo al masoquismo, bajan las defensas del organismo moribundo, vulnerables a desarrollar abismos. Adicción, sobre todo, sobre todo el mapa de calles y avenidas, saludos despedidas.

Cómo retenerlo. Cómo amarrarlo si se desvanece con la luz prendida.
Así es como la sombra llega sobre el objeto a instalarse, parece pasajera pero viene armada de un ejército en cadenas. Viene a dictar su testimonio, a atestiguar su extravío, a desmentir la luz para instaurar el frío de otros días inservibles, acumulados y amortizar préstamos ajenos y propios y un reparto equitativo de glorias: ninguna. Así de absoluta y déspota, así la reciben algunos, obstruye las profundidades que en
libertad son visibles, el bosque lo oculta, hilera enramada herméticamente cerrada, así se presenta la sombra, con su autoridad de destino corto --frontal-- obstáculo sordo, valiente sin puño. Hoy se siente así, tan solo extender el brazo: lo alcanzo, un roce apenas a las azucenas. Una vez más compruebo: el pedestal está a nivel del suelo. Pero verás ángel que para septiembre te amo. Verás que compartiremos cuernitos de almendra.

Puñetas mentales, se llaman. Mi esposo leyó el borrador que escribí de este relato la noche que tuve un problema con la computadora. Me iba a ayudar a recuperar cierto archivo que se había perdido en el laberinto de la programación por culpa de mis distracciones, pero se distrajo en oraciones de otra naturaleza y acabó por leer mis documentos. En este momento tengo a mi derecha un té de manzanilla, la música la patrocina Leonard Cohen con su Boogie St. --cauce quintaesencial de asfalto en Manhattan-- y el eco de la bronca que las curiosidades conyugales desataron.

El choque entre ficción y realidad es el principal motivo de conflicto en esta morada. Mis amantes son todos hologramas. Así que cuando escribo que me enamoré de esa criatura angelical lo que quiero decir en realidad es: me hubiera enamorado de esa criatura angelical si tal angelical criatura existiera, si un caso hipotético se me permitiera, si hubiera asistido esa noche a lo del Señor Allen y si hubiera ido montada en mis tacones y habría sido perfecto, en caso de que hubiera sido necesario que sucediera, haber tenido la suerte de toparme con un prójimo de cualidades ultra delikatessen: ojos azules y mirada de faro, guía de naufragio, Noé de diluvio, si hubiera existido. Pero como no existió lo he inventado. Fui esa noche del jueves efectivamente a lo del Señor Allen, las escalinatas existían, nada del resto recuerdo, me dormí a la mitad de la obra. En mi imaginación recurrí al divorcio, a pesar de que mi esposo se resistía. Meses y meses de batalla ficticia, agotamiento mental, desgaste conceptual. Citas con el notario y con el confesor. La pluma que le desprendí escribe inútilmente al aire.