sábado, 26 de enero de 2008

~Surrealismo en el Met~

La revista mexicana El huevo está agonizando. Con mucha pena revisito los textos con los que colaboraba para la sección Carta de Brooklyn. A continuación una reseña lírica de la exposición surrealista en el Museo Metropolitano, del 2002. Viene al cuento virtual, además, por otra serie de razones personales. ~



A la letra: Surrealismo en el Met.


Al deseo con A, escribir deseo con A, por instaurar un capricho surrealista, por ser la primera alfabética, por el triángulo implícito, por su vértice de sesenta grados, porque sus inclinaciones convergen, porque es un ideograma dirigido, flecha con agenda, por puro ascetismo. Por armar un argumento arrebatado. Alterar el orden de las cosas era primordial para los Surrealistas, y el punto de partida debía ser la seducción del lenguaje. La dimensión dominante que adquiriría la palabra sería absolutamente sexual. Nunca antes el potencial erótico en el texto habría sido tan valorado. El movimiento surrealista nació literario, al conjuro y conjugación del verbo convulsionar. Del temblor y su agitación violenta el claroscuro del deseo no sólo habría de erigirse como incansable motor, e irresoluble, sino también como timón y motín del grupo. A se abrió las piernas y dio inicio a una configuración simbólica al mandato exclusivo de la convulsión. La primera ejecución sexual desde la letra aurora.



La exposición Surrealism: Desire Unbound, presentado durante la Primavera en el Met, reveló la evidencia alfabética como fundamento mayor del movimiento al momento en que Breton escribiera el Manifiesto Surrealista de 1924. Opuesto a la lógica característica de la mentalidad burguesa que venía arrastrando inútilmente sus complejos, los surrealistas buscaban liberar a la sexualidad de ataduras preconcebidas, dar voz al yo interno para comprender la naturaleza humana a partir de su manifestación más espontánea. Su antecedente es el movimiento Dadá de 1915, anárquico, en contra de la razón y a favor de la acción impulsiva y violenta. Entre los surrealistas el “comportamiento lírico”, como lo llamaba Breton, va a redimir del absurdo al lenguaje cuando su formulación y convicción irracional permitan que la tierra pueda ser “azul como una naranja” (Eluard) o que a la esperanza no se le pueda deletrear entera, a sugerencia de Breton en Nadja. Varios pintores y fotógrafos también jugaron con las letras: Picasso, Dalí --sobre todo--, Frida Kahlo, Remedios Varo, Dora Maar, escribieron. El show del Met meticulosamente lo demostró. Desde luego que están los Magrittes: Los amantes (1928), La violación (1934), La evidencia eterna (1948); los Dalís: La metamorfosis de Narciso (1937), y como narciso Frida: Autorretrato con pelo cortado (1940); la complicidad en el amor y el mal gusto de Leonora Carrington y su amante Max Ernst; la Monalisa con bigote, los objetos de Duchamp y su alter ego, Rrose Sélavy a quien Man Ray fotografió. Pero lo valioso estaba en papel, dentro de las vitrinas, exigiendo gajos individuales de al menos media hora azul por pieza para disectarse, memorizarse y desmoralizarse --en el sentido más óptimo de perversión redentora que permite el término.

El manuscrito original de Nadja, empastado por el mismo Breton, se exhibió en el Met por primera vez después de que por muchos años se le creyera perdido. Incluye, además, documentos escritos por Nadja: cartas y poemas en las que despliega a mares de fuego y agua su amor por Breton, delirio que devino en imposibilidad cuando al poco tiempo ingresó en un asilo mental, aunque para entonces Breton (un burgués más, según Nadja) ya la había dejado.


La poética surrealista despliega a manos llenas erotismo. La presencia del azar es importante, la búsqueda, oportunidad y accidente, la operación del milagro sucediendo y reproduciéndose, la energía vital e intensa circulando, inextinguible. El poeta cubista Pierre Reverdy defendía, ya desde 1913, una estética de convergencias contradictorias en las que dos elementos, lo más lejanos y opuestos entre ellos, pudieran chocar frontalmente para provocar una explosión mental. Para los surrealistas las contradicciones o elementos opuestos eran hombre y mujer, vida y muerte, por facilitar ejemplos. Había que jugar en oposición al otro porque la importancia que cada uno de los elementos adquiría dependía de la complejidad de su fusión. En el dramático choque de contrarios reside la mejor cosecha surrealista. A la letra erguida. Y aunque las artes plásticas fueron aceptadas en el movimiento cuando Breton admitió que la vista era el más poderoso de los sentidos, lo mejor del surrealismo tiene a la letra acatando al papel. El deseo, único principio --ya desde Freud-- rector del mundo, pilar sobre el que se sostiene la dinámica mental humana, se volcaba a todas las alternativas artísticas posibles: su representación sería ilimitada y en el mayor de los casos, en aras de la subjetividad, incomprensible, y para muestra: el teléfono langosta de Dalí. También se le reconocerá al deseo ser generador de violencia y perversión, como ya se anticipaba en los textos del Marqués de Sade (1740-1814). Breton consideraba a Sade uno de los grandes emancipadores del deseo y el verdadero precursor del movimiento. Robert Desnos, quizá el mejor poeta surrealista, escribió en 1923 “De L’Erotisme”, inspirado en la obra del Marqués. George Bataille, autor de la novela de excesos sexuales “Historia del ojo”, escribiría posteriormente el prefacio a la primera edición legal de “Justine”, cuya publicación estuvo prohibida hasta 1950.

La importancia de de Sade entre los escritores es medular. Desde la creación de Editions Surrèalistes, al grito de Liberté, la intención era publicar lo que la censura controlaba. En 1956, Jean Benoît organizó una ceremonia para ejecutar la voluntad que de Sade había deseado para su muerte, pero que no se le había permitido, abriendo además camino al performance: con una grabación de ruido de tráfico al fondo, Breton leyó el testamento original de 1814. Después, Benoît se despojó de un disfraz sadomasoquista y con hierro caliente se marcó la palabra SADE sobre el pecho. Un invitado entusiasta a la ceremonia, Roberto Matta, se emocionó tanto con el inesperado acto de Benoît que se arrojó a coger la plancha para marcarse a sí mismo. Cabe señalar que todos los objetos originales utilizados fueron exhibidos en el show de acuerdo a estrictas normas higiénicas y lejos del alcance panorámico infantil. Pero poca gente atendía los artefactos y poco menos los textos. El público exigente prefería amontonarse a fantasear frente a los rostros ocultos de Los amantes, para colmar de complicidad y asombro lo que se sospechaba demasiado humano.

La obra del surrealista alemán Hans Bellmer (1902-1975) fue importante al movimiento y de lo más sobresaliente en la exposición. Con “The Games of the Doll” Bellmer pretendía construir una mujer artificial cuya anatomía “posibilitara recrear físicamente el vértigo de la pasión más elevada”. La versión final de la muñeca consiste en módulos que pueden ser armados y desarmados en combinaciones infinitas. Las fotografias de algunas variables son el resultado de las múltiples mutaciones. La visión del deseo de Bellmer es, evidentemente, en extremo fetichista; en cierta forma amarra un nudo y levanta un callejón sin salida a las obsesiones de algunos surrealistas. Breton y Eluard convinieron que la muñeca representaba el primer y único objeto surrealista poseedor de una fuerza de provocación universal. Y fue Eluard quien escribió los textos para el libro de fotografías de la muñeca de Bellmer, publicado en 1949.

Para los surrealistas el acto de poseer debe ser sólo momentáneo porque de la posesión permanente no se obtiene amor ni deseo. Es la impulsión, la irresolución de los contrarios, el proceso a la consecución del fin sin que al fin se evoque, lo que persiste escrito. Por primera vez siempre. A la A entre Gala y Nadja, sin desarmar ni superar la letra.